lunes, 27 de febrero de 2017

LA VIRGEN DE LUCCA

Obra de Jan van Eyck, ¿1437-1438?, óleo sobre tabla, Stäldelsche Kunstinstitut und Städtische Galerie, Frankfurt

El nombre convencional de la tabla se debe a su procedencia de la colección de Carlos Luis de Borbón, duque de Lucca, que ha hecho suponer que fuese pintada originalmente para un destinatario italiano, aunque no sabemos nada del comitente del cuadro. Es un testimonio más del predominio de las representaciones marianas en la pintura eyckiana. El culto a la Virgen experimentó en el Norte de Europa, en el siglo XV, un fortísimo impulso y el propio artista fue sin duda especialmente devoto de ella. Al adoptar la iconografía de la virgen dando de mamar al Niño, Jan se inspira seguramente en una tabla conservada en la catedral de Cambari y conocida como Notre dame des Grâces, copia sienesa de un icono bizantino pero en la época de Van Eyck considerada como auténtico y milagroso retrato de la Virgen. 
La escena está situada en un espacio estrecho, con pocos detalles, de modo que la mirada del espectador se concentre totalmente en las figuras sin distraerse. No sólo la estancia sino también el tono de la representación son domésticos e íntimos; el artista nos pone ante un momento privado, familiar, sin intenciones rituales ni celebratorias. A pesar de ello, la solemnidad del precioso baldaquino recuerda la naturaleza excepcional de los dos protagonistas y los pocos objetos visibles -los leones del trono, las frutas del alféizar, el jarro y la palangana llena de agua- tienen un significado simbólico. Mediante la inserción de estos elementos, el pintor logra un perfecto equilibrio entre sacralidad y cotidianidad. Si bien el manto recamado de la Virgen y las bladosas de cerámica decorada del pavimento sirven para introducir una distancia entre los personajes religiosos y el espectador, éste es invitado a participar, a "entrar" en la escenar merced al recurso de hacer que los límites naturales del cuadro corten la alfombra, la ventana y la hornacina de la derecha: el espacio pintado parece así prolongarse dentro del nuestro y los personajes sacros resultan marcadamente humanizados.

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