Obra de Jan van Eyck, hacia 1435, óleo sobre tabla, Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid
Esta pequeña obra es una de las más revolucionarias de toda la pintura renacentista. Con el Políptico del Cordero Místico Van Eyck había invertido la jerarquía tradicional de la pintura y escultura, representando ésta en trampantojo y trasladándola al exterior de las alas. La obra de Madrid va aún más allá y el artista convierte la esculturas fingidas en protagonistas de una obra de arte autónima. Las dos figuras están encuadradas por el marco de una puerta, en el cual están esculpidas las palabras del Anuncio. Los basamentos de piedra sobre los que se alzan las "estatuas" sobresalen de los montantes y las alas del ángel están representadas más acá de la propia puerta, sobre la cual proyectan sombra. El fondo del nicho, por el contrario, tiene un aspecto de una losa de mármol pulido, en la que se reflejan las fiugras. La doble ilusión es perfecta y el observador tiene la impresión de hallarse verdaderamente ante una obra tridimensional. Sin embargo, la paloma, que vuela libremente en el espacio, revela el engaño: si estuviera esculpida tendría que esta apoyada en alguna parte. Todo, en fin, está pensado para establecer una competencia entre las dos artes hermanas -hay cuatro tipos de piedra simulandos- en la que triunfa la pintura, capaz no sólo de imitar en todo la apariencia de relieve sino incluso de superarlo.
El desafío intelectual del artista se extiende aún en otro ámbiente. Mientras que en Italia, en el siglo XV, los cuadros se interpretan como ventanas que enmarcan lo que está más allá del marco. Van Eyck trabaja de modo contrario, prolongando la realidad en el interior del cuadro. Los marcos, que sirvern habitualmente de límite entre lo que existe y lo que es reproducido, anulan esta vez esa misma demarcación y el artista entrecruza distintos niveles de ficción, creando una obra sin precedentes.
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