Obra de Andrea Mantegan, hacia 1490, temple sobre lienzo, The Kimbell Art Museum, Fort Worth.
La representación de la Sagrada Familia con san Juanito y santa Isabel es organizada por Mantegna en torno a la mirada recíproca de la Virgen y el Niño. La plasmación del intercambio afectivo entre las dos figuras a través de la insistencia en el cruce de las miradas posee una lejana raíz toscana, desarrollada después por Donatello en clave íntima por medio de auténticas expresiones de ternura e incluso gestual que entran a formar parte del repertorio artístico de la Italia nororiental con la actividad del escultor renacentista florentino en Padua a mediados del siglo Xv.
La naturalidad de movimientos, visible en detalles como la manita de Jesús agarrada al dedo de su madre o la hoja que, aparentemente de manera involuntaria, dobla san Juanito, el cual se queda con la boca abierta contemplando a la pareja divina, se deriva de una línea impulsada en la zona veneta por Donatello y ampliamente desarrollada por Mantegna en escenas donde aparecen la Madre y el Niño, escenas que pos sus pequeñas medidas pueden relacionarse con una clientela privada, disfrutadas por un público restringido y por tanto despojadas de los significados retóricos a menudo necesarios en los retablos de destino público. No obstante, Mantegna injerta esta naturalidad de actitudes en elementos originados en la escultura antigua, como sucede con la pose erguida del Hijo, quien, a modo de un Hércules niño, equilibra el apoyo en una pierna volviendo ligeramente la cabeza hacia la parte del cuerpo que está en reposo, según la regla habitual en el arte clásico para las figuraciones de los héroes.