miércoles, 10 de mayo de 2017

SAN MARTÍN Y EL MENDIGO



Obra de El Greco, 1597-1599, óleo sobre lienzo, National Gallery of Art, Washington. Firmado DOMENKOS THEOTOKOPOULOS EPOIEI

La obra fue encargada el 9 de noviembre de 1597 para la capilla de San José de Toledo, construida por deseo del comerciante Martín Ramírez, muerto en 1569, y en sustitución de un convento dedicado a santa Teresa. La consagración de la capilla, dedicada al santo del cual era devota santa Teresa, tuvo lugar en 1594. La intervención del Greco está documentada en 1597 y 1599 y afectó al altar mayor y a los dos laterales, comprendidos los marcos de los cuadros. Para el altar mayor se optó por San José con el Niño, y encima, la Coronación de la Virgen, un extraordinario complejo de insólita iconografía que permanece en el sitio. Para los laterales se encargaron San Martín y el mendigo y la Virgen con el Niño entre santa Martina y santa Inés, ambos en la National Gallery de Washington.
San Martín de Tours, soldado romano, nacido hacia el año 315 en Pantonia, aparece cortando con la espada su elegante manto para darlo al pobre. El santo, montando en un esbelto y vistoso caballo blando en elegante actitud, tiene el rostro imberbe que describe la leyenda  - que lo imagina muy joven- y la expresión  bondadosa y caritativa. Lleva una elaborada coraza que subraya la carrera militar que había emprendido y luego abandonado, y buen calzado, como convenía al hijo de un oficial del ejército romano. Su delgada figura se alarga en el lienzo rectangular, al igual que la del mendigo desnudo, la osamenta de cuyo cuerpo enjuto y flaco destaca la luz. El grupo se recorta contra un cielo color pastel, con pocas nubes, mientras que en la parte baja se ve un fascinante paisaje con los bastiones de una ciudad de piedra gris, que debería ser Amiens pero que en realidad es Toledo, con el puente de Alcántar y el río Tajo. Del cuadro se conocen al menos cuatro réplicas, que unos consideran autógrafas y otros de Jorge Manuel o de taller.

lunes, 8 de mayo de 2017

TRÍPTICO DE MÓDENA




Obra del Greco, 1567-1569, temple sobre tabla, Galleria Estense, Módena

El atarcillo abierto representa en los tres paneles la Adoración de los pastores, la Alegoría del caballero cristiano y el Bautismo de Cristo. La primera de estas escenas, vivaz y casi abocetada en líneas nerviosas y tonos fluidos, atestigua un momento posterior a la Adoración de los reyes del Museo Benaki de Atenas, con la cual tiene inegables afinidades, aunque es más dinámica y suelta. Inspirada en estampas de obras de Tiziano y Parmigianino, pero con una interpretación muy original, representa a la Virgen levantando el paño para mostrar al Niño a los tres pastores. Dos mujeres observan la escena a cierta distancia, mientras san José y un joven se asoman por detrás de María. Al fondo, un paisaje apenas perceptible, y sobre la cabaña un grupo de ángeles canta sosteniendo un libro. A la derecha, un edificio en ruinas alude quizá a a la decadencia de las creencias paganas ante el nacimiento divino.
En el centro del tríptico destaca la Alegoría del caballero cristiano, esto es, la coronación de un soldado, personificación de la Iglesia, por Jesús, que aparece envuelto en un paño rojo, portando en la mano un estandarte blanco con la cruz y pisoteando los símbolos del infierno y de la muerte. A su alrededor giran los ángeles con las enseñas de la Pasión. el cáliz, la columna, el látigo de la flagélación, la esponja empapada en vinagre, la cruz, la escalera y el sudario. Sobre la cabeza de cristo aparece la paloma del espíritu Santo, mientras cae del cielo un torrente de luz que baña toda la escena, hasta las mujeres de la parte inferior, que aluden a las tres Virtudes teologales. Más abajo, a la izquierda, grupos de fieles reciben la Comunión y se encaminan hacia Cristo, mientras que a la derecha los pecadores son arrojados por los demonios a un monstruo marino, alegoría del Infierno.
El tercer episodio, el Bautismo de cristo por Juan en las aguas del Jordán, posee un tono poético y una precisión miniaturística en los detalles, como demuestran plantas y flores.

jueves, 4 de mayo de 2017

LOS PORTADORES DEL BOTÍN Y TROFEOS DE ARMADURAS REALES


Obra de Andrea Mantegna, 1486-1492, temple sobre lienzo, Hampton Court, The Royal Collection. Londres

Las nueve telas que representan los Triunfos de César, hoy en Hampton Court, fueron pintadas por Mantegna al temple sobre lino entre 1486 y 1492. Los documentos relativos a la obra indican que fue el joven marqués Francesco II, sucesor de su padre, Federico Gonzaga, en 1484, quien encargó la obra, cuyo asunto resulta adecuado para este condotiero, casi exclusivamente dedicado a las empresas bélicas y a los ejercicios caballerescos.
En su evocación de los grandes cortejos de Roma que se celebraban al retornar el ejército de la batalla, los nueve Triunfos reproducen el carácter imponente de aquellos eventos y, por medio de las actitudes de los personajes y de la organización perspectívica, escorzada desde abajo, de las figuras, muestra el aire dinámico de la procesión, justificando la hipótesis de una función casi teatral o de desfile de los lienzos, pero también en relación con la supuesta colocación de éstos en un ancho y largo pasillo que viene después de la Cámara Picta. El gusto anticuario desplegado en los Triunfos de César no se explica como una reconstrucción analítica de panoramas y elementos de la antigua Roma, sino que unos conocidos testimonios de la antigüedad romana, como las armaduras, los Dióscuros, el Coliseo o algunos relieves de Ara Pacis, son integrados con las reelaboraciones cuatrocentescas a la antigua o invenciones del artista según el gusto, filológica y literariamente romanizante, puesto a punto por las producciones literarias debidas a los intelectuales que gravitaban en torno a Mantegna. La referencia a la literatura y a los textos antiguos que describen el triunfo clásico halla su correlato en la Historia romana de Apiano y a este correlato, que por lo demás describe el triunfo de Escipión en vez del de César; se une otras referencias textuales a Suetonio, Plutarco o Plinio, alternados con motivos iconográficos de tradición antigua.

miércoles, 3 de mayo de 2017

CRISTO EN EL SARCÓFAGO SOSTENIDO POR DOS ÁNGELES



Andrea Mantegna, hacia 1490-1500, temple sobre tabla, Statens Museum for Kunst, Firmado abajo a la derecha, en la esquina del sarcófago: Andreas Mantinia

La figura escultórica de Cristo está apoyada entera en el lado corto de un sarcófago destapado de inspiración clásica, como indican las volutas decorativas visibles a los lados. Es sostenida por dos ángeles, un querubín con túnica azul y un serafín de túnica roja. Esta fórmula representativa, que muestra a cristo con las marcas de la Pasión fuera de un contexto narrativo, se utiliza en ocasiones en el arte sacro de la Italia septentrional. el origen de esta iconografía pudiera hallarse en un relieve de bronce para el altar de san Antonio realizado en Padua por Donatello, en el cual la media figura de Cristo aparece dentro de un sarcófago y acompañada por ángeles a ambos lados.
La posición de los pies de Cristo, separados, uno apoyado en el basamento del sarcófago, en el que aparece la firma del artista, y el otro en el suelo, guía hacia el punto focal y perspectívico de la composición, cerca del ombligo de Cristo, del cual salen radialmente el paño sujeto por el querubín, las actitudes de los dos ángeles y la abertura diagonal de sus alas.
Detrás del grupo se abre un extenso paisaje, en el cual unas imágenes aparentemente ligadas a lo cotidiano contienen, por el contrario, alusiones simbólicas que la bibliografía ha relacionado con la Resurrección. El fondo de la izquierda está compuesto por bambalinas en disminución que terminan, en el horizonte, en la luz dorada del atardecer, realzada por el contraste con los tonos azules de las cimas montañosas. Ante de éstas, bajo la recortada cumbre de una montaña pedregosa, es visible la silueta de las murallas de Jerusalén, que domina sobre campos verdeantes de pastos, atravesados por un sendero por el que caminan las mujeres pías. A la derecha de Cristo, el fondo aparece dominado por la cima del Gólgota, donde se alzan las tres cruces desnudas. Bajo el cerro rocoso hay una ancha cueva, delante de la cual los canteros trabajan en una columna y en una estatua.

martes, 2 de mayo de 2017

VIRGEN CON EL NIÑO


Obra de Andrea Mantegna, hacia 1470-1480, temple sobre lienzo, Accademia Carrara, Bérgamo

Esta pequeña representación de la Virgen con el Niño se graba en la memoria del observador por la expresión intensa de la mirada de la Virgen. Ésta sosteniendo al Niño, que, agarrándose al cuello de su madre, acerca afectuosamente la mejilla a la mujer. El calor de este gesto es negado por la sintética volumetría de las formas, definidas por una luz modulada y difusa que acompaña a las superficies lisas y compactas de las carnes. El paño que envuelve al Niño se corresponde, por la complejidad de los pliegues, puntillosamente reproducidos, con la costumbre tradicional toscana promovida en la zona véneta por Donatello, de practicar con paños que se mojan  en yeso y luego se ponen a secar sobre un maniquí. Lo exiguo y sintético de los pliegues, casi grabados, del manto azul de la Virgen remiten, por el contrario, a las representaciones icónicas bizantinas, que perpetuaban los estilemas en virtud de conceptos religiosos a los que estaban asociados. La antinatural consistencia del manto se contrapone a la vivacidad del rostro de la mujer, concebida más como el retrato de una persona real que como un idealizado símbolo religioso. Del velo transparente que recoge el cabello bajo el amplio manto se escapan unos mechones rubios desordenadamente ondulados; el rostro se caracteriza por la pequeña boca plegada y la nariz larga e imperfecta. La dirección de la mirada destaca merced al tono claro de los ojos, cuya convexidad es perceptible en virtud de los toques de luz que contribuyen a dar vitalidad a la mirada. Es una mujer real la representada, un ejemplo de habilidad en el retrato por la que tanto alabaron a Mantegna los contemporáneos.