viernes, 4 de noviembre de 2022

Atalanta e Hipómenes

 



Atalanta e Hipómenes es una obra de Guido Reni de la que hay dos ejemplares, ambos óleo sobre lienzo: uno en el Museo del Prado de Madrid, datable entre 1618 y 1619; y otro en el Museo di Capodimonte de Nápoles datable entre 1620 y 1625.

El cuadro del Prado perteneció inicialmente al marqués Giovan Francesco Serra, y en 1664 fue comprado, con otros diecisiete cuadros de la colección de éste, por el virrey de Nápoles para Felipe IV, que lo dispuso en la galería del cierzo del Alcázar de Madrid. Allí fue contemplado por Cosme III de Médicis, a quien no pareció justificada la fama que había alcanzado la obra. Fue de las obras que se salvaron del incendio de 1734. Carlos III la desplazó, junto con otros cuadros considerados "lascivos", a la casa de Rebeque (el estudio del pintor de cámara Andrés de la Calleja). Se consideró incluso quemarlos, pero se decidió asignarlos a la Real Academia de San Fernando en 1796, aunque debieron permanecer ocultas al público. En 1827 pasó a formar parte del nuevo Museo de Pintura y Escultura (el Prado), pero, al catalogarse como copia, no se consideró de interés exhibirlo junto a las obras principales, y se cedió a la Universidad de Granada. En 1963, tras un nuevo estudio, pasó a considerarse sin duda original y se precisó su cronología, establecida por comparación con la serie Los trabajos de Hércules y el Sansón victorioso.

Se representa la historia de Atalanta e Hipómenes. La ninfa Atalanta, invencible en la carrera, desafiaba a cualquier hombre que la pretendiera, siendo la muerte el castigo de los que perdían. Fue vencida por Hipómenes gracias a una estratagema facilitada por Afrodita: arrojarle manzanas de oro del jardín de las Hespérides para que se detuviera a recogerlas.

Las dos figuras aparecen en un paisaje oscurecido, en el que el cromatismo terroso del celaje es similar al del suelo, haciendo resaltar los suaves tonos de los paños de pureza y la carnación de las dos figuras, muy iluminadas, sobre el oscuro fondo. El gran dinamismo de los cuerpos se resalta en líneas diagonales, que reflejan unos elegantes movimientos, más coreográficos que deportivos. Ambos personajes descansan su peso sobre un solo pie de apoyo. Las líneas de tensión y las opuestas direcciones determinan una composición abierta. Todas las características muestran una tensión entre dos mundos estéticos que se dan simultáneamente en la Italia del mil seiscientos: el estilo barroco caravaggista y el clasicismo de los Carracci, escuela ésta en la que se enmarca el autor.


martes, 4 de octubre de 2022

El Angelus

 


El ángelus es un cuadro del pintor realista francés Jean F. Millet. Data del período 1857-1859 y se trata de un óleo sobre lienzo. Se conserva en el Museo de Orsay de París, Francia.

Millet representa aquí una escena campestre, que es la que dominará en principio su obra. Esta posición atraerá la atención de la burguesía, ya que el mundo rural simbolizaba “lo bueno” en contraposición de la postura revolucionaria del sector obrero. En la pintura en tela, se observa una clara inclinación por motivos vinculados con la naturaleza y el paisaje, donde los efectos de contraste lo vinculan con el estilo de Honoré Daumier, aunque tiende a ser opaca y terrosa. En un primer momento, Millet había pintado dentro de la cesta que está en el suelo a una criatura de pocos meses de edad, pero que había fallecido, y a los dos personajes de pie como los compungidos padres que la miraban sin consuelo. Esta situación conmocionó mucho a los que la vieron por primera vez, y recibió críticas de censura, por lo que este pintor se decidió a retocarla quedando como la vemos hoy.

El autor buscará retratar a la gente humilde y campesina en un gesto de admiración por la gente pobre del mundo rural, seduciendo a los republicanos y exasperando a la burguesía por tratar esto como tema central en su obra.

 La escena actual muestra a dos campesinos que han interrumpido su trabajo en el campo para rezar el ángelus, la oración que recuerda el saludo del ángel a la Virgen María en la Anunciación. En medio de un llano desértico, los dos campesinos se recogen en su plegaria. Sus caras quedan en sombra, mientras que la luz destaca los gestos y las actitudes, consiguiendo expresar un profundo sentimiento de recogimiento.

La atmósfera de la escena parece neblinosa, lo que simplifica el volumen de las figuras lo que genera una fusión entre los personajes y el paisaje natural, realzando el patetismo de la obra, aunque está a primera vista no se deje ver. Millet, junto con Daumier y Courbet comprendieron que, en el contexto de la época, las manifestaciones artísticas que plasman la realidad, más allá de las controversias, centran la atención del espectador en un mensaje crítico que produce una reacción, una movilización que traerá como corolario la conciencia en la libertad y la nación para dejar de lado lo superficial e individual del romanticismo.


domingo, 25 de septiembre de 2022

La balsa de la Medusa


 

La balsa de la Medusa (en francés: Le Radeau de la Méduse) es una pintura al óleo realizada por el pintor y litógrafo francés del romanticismo Théodore Géricault entre 1818 y 1819. que representa una escena del naufragio de la fragata de la marina francesa Méduse, encallada frente a la costa de Mauritania el 2 de julio de 1816. Al menos 150 personas quedaron a la deriva en una balsa construida apresuradamente, y todas ellas, salvo 15, murieron durante los 13 días que se tardó en rescatarlos. Los supervivientes debieron soportar el hambre, la deshidratación, el canibalismo y la locura. El suceso llegó a ser un escándalo internacional, en parte porque sus causas fueron atribuidas a la incompetencia del capitán francés que actuaba bajo la autoridad de la reciente y restaurada monarquía francesa de Luis XVIII.

La pintura no tiene simetría, sino que presenta más bien un desorden intencionado acorde con el tema representado, una estructura piramidal sobre una base inestable (el mar).

Una línea parte del cadáver de la izquierda con las piernas en el agua y asciende hasta el marino que agita un trapo en dirección al barco que acude al rescate. La disposición se ajusta a la realidad histórica: los 15 náufragos de la balsa de la Méduse fueron rescatados por el Argus. El sentido ascendente de la línea marca la sucesión de sentimientos experimentados por los náufragos, desde la desesperación a la esperanza. También la luz refuerza esta idea de final de la odisea con las nubes más negras a la izquierda, y el cielo más luminoso en la lejanía y recortándose entre las cabezas de los marinos más destacados. Finalmente, se corresponde con la mirada clásica del espectador occidental, que "lee" la pintura de izquierda a derecha.

La balsa, levantada por las olas, se adentra oblicuamente al interior del espacio pictórico. Las figuras agrupadas, configurando una pirámide, acentúan ese movimiento "hacia dentro" del mar.

Géricault ha reducido considerablemente el tamaño del barco rescatador en su pintura, hasta el punto que lo representa como un pequeño punto apenas sugerido en el horizonte. Si observamos la vela de la balsa, nos damos cuenta de que el viento sopla en una dirección que no acerca precisamente la balsa al barco: hacia la izquierda, en sentido contrario al de la lectura; podríamos decir que, simbólicamente, el viento sopla hacia la muerte. Además tiene un efecto negativo sobre el equilibrio de fuerzas de la escena.

Perspectiva: No hay punto de fuga, ya que las otras dos bordas de la balsa están ocultas por los personajes que se encuentran en ella. El encuadre es frontal.

Tipo de espacio: espacio "teatral", compuesto (los personajes están dispuestos formando una curva que se dirige a la esquina superior derecha del lienzo).

Colores: La paleta es muy reducida, va del beige al negro pasando por los tonos pardos claros y oscuros. Consigue, de este modo, una atmósfera de tonos cálidos con colores armonizados que produce una impresión dramática de angustia y desamparo. El color dominante es el beige oscuro y apagado. Sin embargo, existe un elemento que se destaca del resto por su color: se trata de la estola rojiza que lleva el anciano que sujeta un cadáver con la mano, en la parte izquierda inferior del cuadro.

Pincelada: El romanticismo se caracteriza por una pincelada suelta y unos contornos imprecisos, como es el caso de este lienzo.

lunes, 19 de septiembre de 2022

Las dos hermanas

 


Las dos hermanas (en francés, Les deux soeurs), también conocida como Las hermanas del artista, es considerada la obra maestra del pintor francés Théodore Chassériau. Está realizado en óleo sobre lienzo. Fue pintado en 1843. Mide 180 cm de alto y 135 cm de ancho. Se exhibe actualmente en el Museo del Louvre de París.

Théodore Chassériau pinta en este lienzo a sus dos hermanas, quienes ya en otras ocasiones le sirvieron de modelo. La de la izquierda, que lleva una exuberante rosa en la cintura, es su hermana mayor, Adèle, y la de la derecha es Aline. Se apoyan la una a la otra.

Adèle era doce años mayor que Aline, pero en el cuadro no se aprecia la diferencia de edad entre ellas. Las dos presentan un cabello oscuro, fino y de suave brillantez, con raya al medio y recogido en un moño. Dejan al descubierto la piel del rostro, el busto, los antebrazos y las manos, es una piel fina y blanca. Llevan vestido y joyas similares, en tonos rosas y marrones. Sus dos figuras, delineadas en negro, destacan respecto al fondo.

Aunque de formación clásica bajo Ingres, Chassériau no puede evitar asumir el fuego pasional de Delacroix, lo que se evidencia en este caso en el fuerte colorido de la obra. Usa colores casi violentos, especialmente en los mantones en que se envuelven, de un rojo vivo con orlas de múltiples colores.

Este cuadro se considera un profundo estudio de psicología. Se trata de una obra de finales del primer período de su obra artística, en el que el realismo clásico de las formas, aprendido de Ingres, predomina la influencia de Delacroix.

martes, 3 de mayo de 2022

Jeroglíficos de las postrimerías

Juan de Valdés Leal pintor barroco español activo en Córdoba y Sevilla. Artista fecundo y de poderosa inventiva, es conocido por los dos “jeroglíficos de las postrimerías” pintados hacia 1672 para la iglesia del Hospital de la Caridad de Sevilla. Relacionadas con el tema de la vanitas, extendido por la mayor parte de Europa, las alegorías Finis gloriae mundi (El fin de las glorias mundanas) e In ictu oculi (En un abrir y cerrar de ojos) ilustran el pensamiento de Miguel Mañara, renovador de la Hermandad de la Santa Caridad, según lo dejó escrito en su Libro de la Verdad, además de completar el programa iconográfico de la capilla, integrado por el Santo Entierro del retablo mayor y la serie de las “obras de misericordia” pintadas por Murillo, con las que forman un conjunto coherente. No obstante, lo macabro de su asunto —y la fuerte personalidad del pintor— resultaron perjudiciales para su fama póstuma y facilitaron que se le acabase atribuyendo cualquier pintura en la que apareciese un cadáver en descomposición o la cabeza cortada de un santo, incluso si se trataba de pinturas de calidad ínfima. Convertido en “pintor de los muertos”, como lo llamó Enrique Romero de Torres, parecían convenirle todos los asuntos lúgubres y repulsivos, al tiempo que con tintes románticos se agrandaba y hacía más profunda la rivalidad con Murillo, su contemporáneo, al suponerse a Valdés un temperamento iracundo y soberbio opuesto al pacífico carácter de su rival.

La vinculación de Valdés Leal con la Hermandad, en la que había ingresado en agosto de 1667, llegó hasta la última década de la vida del pintor, en la que trabajó en las pinturas murales al óleo y al temple del presbiterio, con un rico repertorio de elementos decorativos vegetales enmarcando las figuras de ocho ángeles pasionarios en la media naranja y los evangelistas en las pechinas, trabajos en los que pudo ser ayudado por su hijo Lucas, además de pintar un par de retratos póstumos de Mañara (Hospital de la Caridad, 1681, y Museo Diocesano de Málaga, 1683) y el lienzo de la Exaltación de la Santa Cruz para el coro de la iglesia (1684-1685), el de mayores dimensiones (4,20 x 9,90 m) y, por el número de sus figuras, de más compleja composición que pintara nunca Valdés.​ El motivo, elegido por celebrar la Hermandad su fiesta el día de la Exaltación de la Cruz, representa el momento en que el emperador Heraclio se vio impedido de entrar triunfalmente en Jerusalén con la Vera Cruz, que había arrebatado al persa Cosroes II, y un ángel le comunicó que no podría hacerlo si no se despojaba del boato imperial y entraba a lomos de un modesto burro, lo que en términos de la Hermandad se podía entender como una invitación a despojarse de las riquezas, que cierran el paso al reino de los cielos, para atender a los pobres y necesitados.

 
 
 
 
Si las glorias del mundo —Finis gloriae mundi— acaban con los cadáveres en descomposición de la parte inferior del segundo de los lienzos, el de un obispo y el de un caballero calatravo como lo era Mañara, la muerte es también el paso necesario hacia el juicio del alma, representado en la parte superior por una mano llagada que sostiene una balanza con las inscripciones “NI MAS”, “NI MENOS”. En el platillo de la izquierda, los pecados capitales representados por animales simbólicos (pavo real, soberbia; murciélago posado sobre un corazón, envidia; perro, ira; cerdo, gula; cabra, avaricia; mono, lujuria; perezoso, acidia) proclaman que no se necesita más para caer en pecado mortal, ni se necesita menos para salir de él que la práctica de la oración y la penitencia, representadas por las disciplinas, rosarios y libros de devoción del platillo derecho.​ Enlazando con el discurso iconográfico desarrollado en la nave del templo, en la serie de cuadros de Murillo, ese “menos” que se espera del hermano de la Santa Caridad es la práctica de las obras de misericordia implicándose personalmente, “con entrañas de padre”, cargando sobre sus espaldas al pobre desvalido hasta el hospital si fuese preciso. 


La Muerte, que se presenta con el féretro bajo el brazo y la guadaña hollando la esfera celeste, y que apaga en menos de lo que dura un parpadeo —In ictu oculi— la llama de la vela apenas consumida, hace fútiles y sin sentido todas las aspiraciones mundanas: nada valen ante ella el poder, la riqueza y la gloria adquirida por las armas o las letras, representadas en el báculo, la tiara, el cetro y la corona imperial, los terciopelos, las púrpuras y las armaduras, abandonados con descuido y en desorden junto a algunos libros que hablan de la erudición, de la ciencia y de la fama que puede proporcionar la historia, entre los que destaca un rico infolio abierto por un grabado de Theodor van Thulden sobre dibujo de Rubens de uno de los arcos triunfales con que fue recibido en Amberes el cardenal-infante don Fernando de Austria tras la batalla de Nördlingen, aparecido con la obra de Johannes Gervatius, Pompa introitus honori serinissimi principis Ferdinandi Austriaci hispaniarum infantis, Amberes, 1641, interesante por ser una de las obras que pudo utilizar Valdés en sus propios diseños para las fiestas por la canonización de Fernando III. Con él se reconoce algún otro volumen por las inscripciones de sus lomos: el primero, en el que únicamente figura el nombre de Plinio, pudiera tratarse de la Naturalis historia; Suárez es probablemente un ejemplar de los Comentarios a Tomás de Aquino de Francisco Suárez; Castro in Isaia Propheta son sin duda los comentarios a Isaías del dominico León de Castro y, por fin, Historia de [Car]los Vº 1. pte ha de ser la primera parte de la Historia de la vida y hechos del emperador Carlos V de fray Prudencio de Sandoval.